viernes, 13 de noviembre de 2009


La disputa

Eran los albores de la industria petrolera en el estado Monagas. Desde los más apartados confines del país venía gente a probar fortuna en la nueva industria. En esos deslaves llegaron Jerónimo Velandria y Moisés Carrillo; el primero proveniente de un pueblo valleano de la Isla de Margarita y el otro de uno de esos rincones olvidados de las montañas de Lara. Ambos eran arrojados, gallardos y simpáticos y, por supuesto, parranderos y enamoradizos.

Aunque la actividad petrolera se concentraba en El Tejero y Punta de Mata, ambos decidieron establecerse en Santa Bárbara, un pueblo viejo y como detenido en el tiempo, pero tranquilo y con algo de los villorrios que los dos personajes habían dejado atrás. Se conocieron en el taladro y enseguida, como las cosas naturales del mundo, se hicieron buenos amigos.

Jerónimo era extrovertido, conversador, y aunque no tenía buena voz, no se detenía en ofrecer sus canciones en una serenata para una mujer bonita. Aunque de origen humilde, disfrutaba las buenas lecturas y podía recitar de memoria los más apasionados poemas de los escritores clásicos y modernos. Moisés era más tranquilo, algo tímido, pero apasionado, y a veces se tomaba demasiado en serio cosas que para otros no eran sino simples parrafadas de la vida.

Rosa Eugenia era tal vez el personaje más llamativo del pueblo; hermosa como pocas, combinaba la blancura de su piel con su negra cabellera y sus ojos esmeralda. Era altiva y desdeñosa y muchos pensaban que a sus veinticinco se quedaría soltera porque no había hombre demasiado bueno para ella en los alrededores. Pretendientes no le faltaban, pero siempre miró por encima del hombro toda propuesta amorosa. Parecía que no había hombre capaz de estremecer su corazón hasta los límites de una pasión desenfrenada.

Por supuesto Rosa Eugenia enseguida llamó la atención de Jerónimo y Moisés, y ambos de enamoraron a primera vista, y aunque ella nunca alentó en serio esos amores, no dejaba de provocar a los dos galanes con su coquetería y gestos sugestivos. Creyéndose ambos  favorecidos por el gusto de la damisela, entre Jerónimo y Moisés fue surgiendo una rivalidad que en muchos momentos tensó hasta el límite sus buenas relaciones.

Era 3 de diciembre, víspera de Santa Bárbara y las fiestas patronales estaban en su apogeo. Esa noche había mucha gente reunida a las puertas de Doña Rosa, dama muy apreciada en el pueblo; y allí estaban Jerónimo, Moisés y Rosa Eugenia. Ella coqueteando sin control, sabedora de la rivalidad entre los dos amigos.

Jerónimo siempre iniciador de buenas conversaciones comenzó a relatar una leyenda en la que una moza de nombre Margarita es engañada y deshonrada por un conde que se hizo pasar por escudero de él mismo, y en la víspera de su partida para la guerra le promete amor eterno y le entrega como prenda de compromiso un precioso anillo. Al otro día, la muchacha va con sus hermanos al desfile de las huestes del conde que marchan a la guerra, y se da cuenta de que su amado escudero no es otro que el propio y poderoso conde. La joven se desmaya y queda al descubierto la deshonra de la familia. Uno de los hermanos de la engañada, en un gesto de locura, saca su daga y asesina a su hermana. Cuando van a enterrar a la muerta, ocurre un hecho extraordinario: Cada vez que cubrían el cuerpo de la infortunada, la tierra se abría y surgía la mano de Margarita mostrando el anillo que le había regalado el conde.

Un día, el conde, que había tenido muchas victorias en la guerra, sin saber porqué siente una gran desazón y sale a reunirse con sus soldados, y entre ellos está un trovador que con mucho sentimiento entona estos dramáticos versos:

I
La niña tiene un amante que escudero se decía;
el escudero le anuncia que a la guerra se partía.
-Te vas y acaso no tornes.
-Tornaré por vida mía.
Mientras el amante jura, diz que el viento repetía.
¡Mal haya quien en promesas de hombre se fía!

II
El conde con la mesnada de su castillo salía;
ella, que le ha conocido, con gran aflicción gemía:
-¡Ay de mí, que se va el conde y se lleva la honra mía!
Mientras la cuitada llora, diz que el viento repetía:
¡Mal haya quien en promesas de hombre se fía!

III
Su hermano que estaba allí, estas palabras oía;
-Nos has deshonrado, dice.
-Me juró que tornaría.
-No te encontrará si torna, donde encontrarte solía.
Mientras la infelice muere, diz que el viento repetía:
¡Mal haya quien en promesas de hombre se fía!

IV
Muerta la llevan al soto; la han enterrado en la umbría;
por la tierra que le echaban, la mano no se cubría:
la mano donde un anillo que le dio el conde tenía.
De noche sobre la tumba, diz que el viento repetía:
¡Mal haya quien en promesas de hombre se fía!

Cuenta la historia que el conde enloquecido tornó al sitio donde estaba enterrada Margarita, hizo que un sacerdote los casara y sólo así pudo la muerta permitir que se cubriera la mano en la que portaba el anillo de la promesa, ahora cumplida.

Todos aplaudieron la habilidad de Jerónimo y le felicitaron por lo hermoso del cuento. Rosa Eugenia dio sus naturales muestras de aburrimiento y se dispuso a partir, y con estudiado descuido, al levantarse dejó caer un pañuelo que conservaba sobre su falda. Jerónimo y Moisés, como movidos por un mismo resorte se abalanzan a recoger la fina tela… y la toman al mismo tiempo. Los presentes quedaron atónitos ante el hecho: Presentían un terrible momento de confrontación, conocedores todos de la rivalidad de los dos amigos por los favores de Rosa Eugenia. Pero en ese momento se levantó Doña Rosa y con un gesto de reconvención para los enamorados les quitó el pañuelo y se lo devolvió a Rosa Eugenia con una mueca de disgusto.

Pero el suceso no se quedó allí. Los amigos se sentían profundamente heridos y sabían que tenían que poner punto final a sus desencuentros. Y ambos, como movidos por una voluntad sobrenatural salieron en la madrugada uno en busca del otro. La noche era de una oscuridad infernal y a duras penas los amigos, ahora fatales rivales, podían distinguir sus coléricos rostros. Como sonámbulos, cuchillo en mano, buscaron un claro en la noche para pelear por su amada. Recorrieron varias calles y al final de una de ellas distinguieron una tenue luz procedente de un farolillo que medio alumbraba una imagen de la santa del pueblo. Se aprestaron a la lucha, y al primer contacto de sus cuchillos el farol se apagó y todo quedó en tinieblas. Al separarse volvió la luz milagrosa y así lo intentaron tres veces más, hasta quedar convencidos de que un milagro de la santa patrona les había salvado la vida.

Los amigos se dieron un enternecedor abrazo y decidieron ir hasta la casa de Rosa Eugenia para pedirle que ella decidiera quien era el favorecido de sus sentimientos. Con los primeros cantos de los gallos se acercaron a la casa de su amada y algo increíble se mostró en ese momento ante sus ojos: Por una ventana de la habitación de la muchacha salía un hombre: ¡La desdeñosa mujer tenía un amante! Los amigos se miraron las caras sorprendidos y al unísono soltaron una sonora carcajada, que debió ser oída por Rosa Eugenia porque con violencia cerró la ventana.

Día de la procesión de la Santa Patrona. Entre el cortejo, y en puesto de honor, va la bella del pueblo. Pero ya no despierta las miradas de admiración de antes. Todos conocen su secreto: Ya tiene un amor.

Nota: La historia está basada en las leyendas ¨El Cristo de la Calavera¨ y ¨La Promesa¨, de Gustavo Adolfo Bécquer. Edicomunicación S.A., 1999.
La foto es de www.ningo.com.ar

1 comentario:

  1. Papi!
    Como te desbocas con palabras profundas!

    Esto paso de verdad?

    ResponderEliminar