miércoles, 2 de diciembre de 2009


Nota de prensa

La leí en El Universal del 17/11/2009. Es una historia grotesca, de esas cosas terribles que ocurren diariamente en nuestro maltrecho país. Tiene un lado jocoso, y es de esas que por inverosímiles te dejan perplejo y que al primer impacto te hacen reir… y que pudieran en un segundo golpe, inducirte a reflexionar acerca de lo mal que está nuestra sociedad y cuál es tu papel en ella.

La noticia en un contexto general se refiere al negocio de los teléfonos celulares en el país. Reseña que Venezuela es uno de los países con mayor penetración en telefonía celular en el mundo; que el número de líneas activas sobrepasa los veintisiete millones, mayor al número de habitantes de la nación. Indica asimismo que el robo de celulares es un próspero negocio en nuestro país, y que se estima, con base en los datos que proporcionan las compañías operadoras del servicio, que cada mes se ¨pierden¨ alrededor de ciento diecisiete mil celulares, y… bla, bla, bla. Luego pasan a contar algunas anécdotas sobre el robo de celulares.

Y ésta es la que quiero referirles:

Un empleado de una empresa de venta de celulares de Caracas es comisionado para entregar cuatro Blackberry a un cliente en una zona bastante alejada. El empleado, sabiendo lo difícil que es acceder a esa zona por lo intenso del tráfico, y previendo una larga espera en una cola, decide utilizar los servicios de una mototaxi. El conductor de la moto, ante las indicaciones del cliente, emboca su vehículo por la autopista Francisco Fajardo. Los carros no se mueven, pero la moto, haciendo maniobras entre las filas de autos avanza rauda hacia el destino indicado por el mensajero quien, con una mano se aprieta el casco a la cabeza para que no se lo lleve el viento, mientras que con la otra afinca la bolsa, con su preciosa carga, a su pecho.

Después de recorrer, sobre la autopista, varios cientos de metros a relativa alta velocidad, el mototaxista comienza a desacelerar progresivamente la moto, hasta que de repente se detiene al lado de un lujoso carro a cuyo volante va una joven hablando por un Blackberry. El conductor de la moto saca de su cintura una pistola, golpea el vidrio del carro y mediante señas conmina a la joven a que le entregue el aparato; ésta baja el vidrio y sin chistar entrega el precioso objeto al ladrón.

La moto arranca violentamente y sigue su rápida marcha entre las filas de carros que aún no se han movido. Un minuto después, con una enorme cara de satisfacción, el mototaxista voltea hacia el aterrado pasajero y le dice: ¡Estaba demasiado papaya, compadre! Y sobre la misma le pregunta ¿para dónde es que vas tú?

Cuando se bajó de la moto casi se desmaya, pero aún tuvo fuerzas para correr a entregar los celulares.

martes, 1 de diciembre de 2009

Fotos curiosas

Estas las tomé en estos días en la Av. Raúl Leoni de Maturín.

En ésta, a la entrada de Las Cocuizas, se muestra la contradicción entre el semáforo con flechas verdes ordenando el cruce a la izquierda y la señal indicando que está prohibido cruzar en ese sentido. Tremendo dilema.












En ésta, no se sabe quien se instaló primero, el poste de la electricidad que quedó en medio de la sala de la casa, o la casa que decidió incorporar el poste a la obra.

miércoles, 25 de noviembre de 2009



Ladillas

Fue en febrero de dos mil nueve. Un día abrimos la puerta del apartamento y allí estaban, macho y hembra, cargando en sus picos trocitos de madera, pedazos de hilo; cualquier cosa que les sirviera para fabricar el nido. Iban y venían. Los observamos con interés. Nunca habíamos visto un nido crecer tan cerca de nosotros.

Como al quinto día de ajetreo el nido estaba completo, sobre un listón que formaba un ángulo recto con el marco de la entrada principal. Ni cuenta nos dimos cuando pusieron los huevos; ¿Cuántos eran? Nunca lo supimos. Desde allí comenzó la rutina. Uno de ellos (¿se turnarían para empollar?) se quedaba en el nido y salía alborotado cuando abríamos la puerta. Se paraba a una distancia prudente y nos observaba. Si tardábamos mucho en partir, se alejaba, quién sabe a dónde. Mediamos su actividad por el número de cagadas que dejaban desde la entrada hasta unos diez metros desde la puerta. Eran blancas, como de un  centímetro de diámetro, acuosas y se secaban en poco tiempo. Nunca tuvimos que limpiar las suelas de los zapatos.

Pasaron los días, y luego las semanas. No sabemos cuánto. Nunca me llamó mucho la atención la ornitología, ¿por qué interesarme por el tiempo de incubación de unos huevos de pajaros? Un día los vimos. Eran feísimos: Ojos grandes, saltones. Pico enorme, siempre abierto a ver si del aire caía algo que satisfaciera su eterna hambre.

Pasó el tiempo y fueron creciendo, y de aquellos pedazos fofos de carne, pico y ojos surgió un ave, dos, tres. Llegó un momento en que no sabíamos cuántos vivían en el nido. A veces parecía que uno o los dos padres se habían mudado con los hijos. Tan apiñados estaban que si al principio parecían tres, a veces se veían cuatro o cinco cabezas. Al fin, crecieron tanto que un día a uno de ellos lo encontramos sobre el marco de la puerta, fuera del nido… y el nido seguía lleno.

Un día llegué al apartamento y recogí un anuncio publicitario que estaba colgado en la puerta. Entré, me senté, coloqué el blanco papel para leerlo en mi regazo y allí estaban. Eran diminutos, de menos de un milímetro, oscuros, y se movían rápidamente. Había decenas de ellos… Me llamaron para el almuerzo y me olvidé de los bichitos.

Dos noches después, listo para dormir, empecé a sentir la picazón. Me corría desde la entrepierna hasta la verija, torturando sin pudor mis testículos y sus alrededores. Me levanté y acerqué mis partes más íntimas a un bombillo en busca de la causa del malestar. No vi nada. Me metí a la ducha y me lavé. Sentí cierto alivio, pero el picor no cesó.

Temprano en la mañana, con suficiente luz hurgué en la zona de la refriega nocturna y vi unos animalitos diminutos, rojizos, casi transparentes, moviéndose en las zonas calvas de mi androanatomía. ¿Ladillas? Busque en Google la respuesta a mi duda, y si bien mis síntomas coincidían con los causados por estos proscritos del léxico decente, no así la descripción del comportamiento de los animalejos. Los míos se movían muy rápido, ¨aquéllas¨ lo hacían lentamente, ¡qué alivio!

Volví a Google tratando de descifrar el misterio… y allí, en el marco de la puerta del apartamento estaba la respuesta. Era el piojillo de las aves, un ácaro, voraz chupador de sangre, capaz de bajar la hemoglobina hasta la muerte a cualquier ave. Y a cualquier humano desprevenido. Dejé la computadora y corrí a la puerta, y armado de una escoba espanté a los pichones, que afortunadamente estaban como esperando un estímulo para echarse a volar, tumbé el nido y le pegué fuego. Lo demás fue desinfección de rutina.

viernes, 13 de noviembre de 2009


La disputa

Eran los albores de la industria petrolera en el estado Monagas. Desde los más apartados confines del país venía gente a probar fortuna en la nueva industria. En esos deslaves llegaron Jerónimo Velandria y Moisés Carrillo; el primero proveniente de un pueblo valleano de la Isla de Margarita y el otro de uno de esos rincones olvidados de las montañas de Lara. Ambos eran arrojados, gallardos y simpáticos y, por supuesto, parranderos y enamoradizos.

Aunque la actividad petrolera se concentraba en El Tejero y Punta de Mata, ambos decidieron establecerse en Santa Bárbara, un pueblo viejo y como detenido en el tiempo, pero tranquilo y con algo de los villorrios que los dos personajes habían dejado atrás. Se conocieron en el taladro y enseguida, como las cosas naturales del mundo, se hicieron buenos amigos.

Jerónimo era extrovertido, conversador, y aunque no tenía buena voz, no se detenía en ofrecer sus canciones en una serenata para una mujer bonita. Aunque de origen humilde, disfrutaba las buenas lecturas y podía recitar de memoria los más apasionados poemas de los escritores clásicos y modernos. Moisés era más tranquilo, algo tímido, pero apasionado, y a veces se tomaba demasiado en serio cosas que para otros no eran sino simples parrafadas de la vida.

Rosa Eugenia era tal vez el personaje más llamativo del pueblo; hermosa como pocas, combinaba la blancura de su piel con su negra cabellera y sus ojos esmeralda. Era altiva y desdeñosa y muchos pensaban que a sus veinticinco se quedaría soltera porque no había hombre demasiado bueno para ella en los alrededores. Pretendientes no le faltaban, pero siempre miró por encima del hombro toda propuesta amorosa. Parecía que no había hombre capaz de estremecer su corazón hasta los límites de una pasión desenfrenada.

Por supuesto Rosa Eugenia enseguida llamó la atención de Jerónimo y Moisés, y ambos de enamoraron a primera vista, y aunque ella nunca alentó en serio esos amores, no dejaba de provocar a los dos galanes con su coquetería y gestos sugestivos. Creyéndose ambos  favorecidos por el gusto de la damisela, entre Jerónimo y Moisés fue surgiendo una rivalidad que en muchos momentos tensó hasta el límite sus buenas relaciones.

Era 3 de diciembre, víspera de Santa Bárbara y las fiestas patronales estaban en su apogeo. Esa noche había mucha gente reunida a las puertas de Doña Rosa, dama muy apreciada en el pueblo; y allí estaban Jerónimo, Moisés y Rosa Eugenia. Ella coqueteando sin control, sabedora de la rivalidad entre los dos amigos.

Jerónimo siempre iniciador de buenas conversaciones comenzó a relatar una leyenda en la que una moza de nombre Margarita es engañada y deshonrada por un conde que se hizo pasar por escudero de él mismo, y en la víspera de su partida para la guerra le promete amor eterno y le entrega como prenda de compromiso un precioso anillo. Al otro día, la muchacha va con sus hermanos al desfile de las huestes del conde que marchan a la guerra, y se da cuenta de que su amado escudero no es otro que el propio y poderoso conde. La joven se desmaya y queda al descubierto la deshonra de la familia. Uno de los hermanos de la engañada, en un gesto de locura, saca su daga y asesina a su hermana. Cuando van a enterrar a la muerta, ocurre un hecho extraordinario: Cada vez que cubrían el cuerpo de la infortunada, la tierra se abría y surgía la mano de Margarita mostrando el anillo que le había regalado el conde.

Un día, el conde, que había tenido muchas victorias en la guerra, sin saber porqué siente una gran desazón y sale a reunirse con sus soldados, y entre ellos está un trovador que con mucho sentimiento entona estos dramáticos versos:

I
La niña tiene un amante que escudero se decía;
el escudero le anuncia que a la guerra se partía.
-Te vas y acaso no tornes.
-Tornaré por vida mía.
Mientras el amante jura, diz que el viento repetía.
¡Mal haya quien en promesas de hombre se fía!

II
El conde con la mesnada de su castillo salía;
ella, que le ha conocido, con gran aflicción gemía:
-¡Ay de mí, que se va el conde y se lleva la honra mía!
Mientras la cuitada llora, diz que el viento repetía:
¡Mal haya quien en promesas de hombre se fía!

III
Su hermano que estaba allí, estas palabras oía;
-Nos has deshonrado, dice.
-Me juró que tornaría.
-No te encontrará si torna, donde encontrarte solía.
Mientras la infelice muere, diz que el viento repetía:
¡Mal haya quien en promesas de hombre se fía!

IV
Muerta la llevan al soto; la han enterrado en la umbría;
por la tierra que le echaban, la mano no se cubría:
la mano donde un anillo que le dio el conde tenía.
De noche sobre la tumba, diz que el viento repetía:
¡Mal haya quien en promesas de hombre se fía!

Cuenta la historia que el conde enloquecido tornó al sitio donde estaba enterrada Margarita, hizo que un sacerdote los casara y sólo así pudo la muerta permitir que se cubriera la mano en la que portaba el anillo de la promesa, ahora cumplida.

Todos aplaudieron la habilidad de Jerónimo y le felicitaron por lo hermoso del cuento. Rosa Eugenia dio sus naturales muestras de aburrimiento y se dispuso a partir, y con estudiado descuido, al levantarse dejó caer un pañuelo que conservaba sobre su falda. Jerónimo y Moisés, como movidos por un mismo resorte se abalanzan a recoger la fina tela… y la toman al mismo tiempo. Los presentes quedaron atónitos ante el hecho: Presentían un terrible momento de confrontación, conocedores todos de la rivalidad de los dos amigos por los favores de Rosa Eugenia. Pero en ese momento se levantó Doña Rosa y con un gesto de reconvención para los enamorados les quitó el pañuelo y se lo devolvió a Rosa Eugenia con una mueca de disgusto.

Pero el suceso no se quedó allí. Los amigos se sentían profundamente heridos y sabían que tenían que poner punto final a sus desencuentros. Y ambos, como movidos por una voluntad sobrenatural salieron en la madrugada uno en busca del otro. La noche era de una oscuridad infernal y a duras penas los amigos, ahora fatales rivales, podían distinguir sus coléricos rostros. Como sonámbulos, cuchillo en mano, buscaron un claro en la noche para pelear por su amada. Recorrieron varias calles y al final de una de ellas distinguieron una tenue luz procedente de un farolillo que medio alumbraba una imagen de la santa del pueblo. Se aprestaron a la lucha, y al primer contacto de sus cuchillos el farol se apagó y todo quedó en tinieblas. Al separarse volvió la luz milagrosa y así lo intentaron tres veces más, hasta quedar convencidos de que un milagro de la santa patrona les había salvado la vida.

Los amigos se dieron un enternecedor abrazo y decidieron ir hasta la casa de Rosa Eugenia para pedirle que ella decidiera quien era el favorecido de sus sentimientos. Con los primeros cantos de los gallos se acercaron a la casa de su amada y algo increíble se mostró en ese momento ante sus ojos: Por una ventana de la habitación de la muchacha salía un hombre: ¡La desdeñosa mujer tenía un amante! Los amigos se miraron las caras sorprendidos y al unísono soltaron una sonora carcajada, que debió ser oída por Rosa Eugenia porque con violencia cerró la ventana.

Día de la procesión de la Santa Patrona. Entre el cortejo, y en puesto de honor, va la bella del pueblo. Pero ya no despierta las miradas de admiración de antes. Todos conocen su secreto: Ya tiene un amor.

Nota: La historia está basada en las leyendas ¨El Cristo de la Calavera¨ y ¨La Promesa¨, de Gustavo Adolfo Bécquer. Edicomunicación S.A., 1999.
La foto es de www.ningo.com.ar

miércoles, 11 de noviembre de 2009

Nota sobre la ¨maya¨

Algunos de los que leyeron la entrada ¨Recuerdos de la Infancia¨ me han preguntado sobre el nombre ¨maya¨que usé para designar la fruta que enrollé con un guaral y que bailé cual trompo en mi niñez. El nombre científico de la planta es Bromelia pinguin, es de la familia de las Bromeliáceas (familia de la piña) y su fruto cuando maduro es muy parecido a un trompo de juguete. Es una especie muy abundante en las zonas áridas de Oriente. El fruto se le conoce también como cucurujul, chiguichigui, etc., y maduro se emplea para preparar un dulce conocido como ¨mazamorra de maya¨.

La foto la tomé de http://www.acguanacaste.ac.cr/

sábado, 7 de noviembre de 2009


Historias dentro de historias

Una de las cosas más admirables en un narrador, es su capacidad de intercalar historias dentro de otra historia, adecuándolas de manera precisa a la narración principal. A veces son cuentos, remembranzas autobiográficas o simples curiosidades. Quienes hayan leído el Don Quijote de Cervantes recordarán las múltiples historias cortas, anécdotas, etc. que este clásico autor va poniendo ora en boca de Don Quijote, ora en la de Sancho Panza, que adornan con mucha gracia su larga novela. En este caso, por lo general, estas historias cortas tienen un mensaje, una moraleja, cuyo valor ha perdurado en el tiempo por múltiples generaciones.

Viene esto a cuento porque ahorita estoy releyendo una novela de Edgar Allan Poe, un libro muy viejo que tenía guardado en mi biblioteca y que me recuerda el libro que Lorna estaba hojeando en el cuento de Coromoto (ver “Prisioneros de Papel”). El libro en cuestión, cuyo título es “Las Aventuras de Arthur Gordon Pym” (Sarpe, 1984), relata las peripecias, alegrías y sufrimientos de un marino que se embarca en un largo periplo por los mares del Sur en uno de esos veleros de la época, y describe las observaciones que hace el viajero de las maravillas de la naturaleza que encuentra en sus recorridos. Una de esas descripciones que más me llamó la atención relata aspectos de la vida de los albatros y los pingüinos. Me pareció tan interesante que decidí compartirla con Uds. Es un poco largo. Espero no les aburra y les guste tanto como a mí.

“El albatros es una de las más grandes y voraces aves de los mares del Sur. Pertenece a la especie de las gaviotas y caza su presa al vuelo sin posarse nunca en la tierra más que para ocuparse de las crías. Entre estas aves y el pingüino existe la amistad más singular. Sus nidos están construidos con gran uniformidad conforme a un plan concertado entre las dos especies: el del albatros se halla colocado en el centro de un pequeño cuadro formado por los nidos de cuatro pingüinos. Los navegantes han convenido en llamar al conjunto de tales campamentos rookery.

Cuando llega la época de la incubación, estas aves se reúnen en gran número y durante varios días parecen deliberar acerca del rumbo más apropiado que deben seguir. Por último, se lanzan a la acción. Eligen un trozo de terreno llano, de extensión conveniente, que suele comprender tres o cuatro acres, y situado lo más cerca posible del mar aunque siempre fuera de su alcance. Escogen el sitio en relación con la lisura de la superficie, y prefieren el que está menos cubierto de piedras. Una vez resuelta esta cuestión, las aves se dedican, de común acuerdo y como movidas por una sola voluntad, a realizar, con exactitud matemática, un cuadrado o cualquier otro paralelogramo, como mejor requiera la naturaleza del terreno, de un tamaño suficiente para acoger cómodamente a todas las aves congregadas, y ninguna más, pareciendo sobre este particular que se resuelven a impedir la entrada a futuros vagabundos que no han participado en el trabajo del campamento. Uno de los lados del lugar así señalado corre paralelo a la orilla del agua, y queda abierto para la entrada o la salida.

Después de haber trazado los límites del rookery, la colonia comienza a limpiarla de toda clase de desechos, recogiendo piedra a piedra, y echándolas fuera de los lindes, pero muy cerca de ellas, de modo que forman un muro sobre los tres lados que dan a tierra. Junto a este muro, por el interior, se forma una avenida perfectamente llana y lisa, de dos a dos metros y medio de anchura, que se extiende alrededor del campamento, sirviendo así de paseo general.

La operación siguiente consiste en dividir toda el área en pequeñas parcelas de un tamaño exactamente igual. Para ello hacen sendas estrechas, muy lisas, que se cruzan en ángulos rectos por toda la extensión de la rookery. En cada intersección de estas sendas se construye el nido de un albatros, y en el centro de cada cuadrado, el nido de un pingüino, de modo que cada pingüino está rodeado de cuatro albatros, y cada albatros, de un número igual de pingüinos. El nido del pingüino consiste en un agujero abierto en la tierra, poco profundo, solo lo suficientemente hondo para impedir que ruede el único huevo que pone la hembra. El del albatros es menos sencillo en su disposición, erigiendo un pequeño montículo de unos veinticinco centímetros de altura y cincuenta de diámetro. Este montículo lo hace con tierra, algas y conchas. En lo alto construye su nido.

Las aves ponen un cuidado especial en no dejar nunca los nidos desocupados ni un instante durante el periodo de incubación, e incluso hasta que la progenie es suficientemente fuerte para valerse por sí misma. Mientras el macho está ausente en el mar, en busca de alimento, la hembra se queda cumpliendo con su deber, y solo al regreso de su compañero se aventura a salir. Los huevos no dejan nunca de ser incubados; es indispensable a causa de la tendencia a la rapacidad que prevalece en los rookery, pues sus habitantes no tienen escrúpulo alguno en robarse los huevos unos a otros en cuanto tienen la ocasión.

Aunque existen algunas rookeries en las que el pingüino y el albatros constituyen la única población, sin embargo en la mayoría de ellas se encuentra una gran variedad de aves oceánicas, que gozan de todos los privilegios del ciudadano, esparciendo sus nidos acá o allá, en cualquier parte que puedan encontrar sitio, pero sin dañar jamás los puestos de las especies mayores. El aspecto de tales campamentos, cuando se ven a distancia, es sumamente singular. Toda la atmósfera exactamente encima de la colonia se haya oscurecida por una multitud de albatros (mezclados con especies más pequeñas) que se ciernen continuamente sobre ella, ya sea cuando van al océano o cuando regresan al nido. Al mismo tiempo se observa una multitud de pingüinos, unos paseando arriba o abajo por las estrechas calles, y otros caminando con ese contoneo militar que les es característico, a lo largo del paseo general que rodea a la rookery. En resumen, de cualquier modo que se considere, no hay nada más asombroso que el espíritu de reflexión evidenciado por esos seres emplumados, y seguramente no hay nada mejor calculado para suscitar la meditación en toda inteligencia humana ponderada.”

La foto es de Jérome Haison de www.nationalgeographic.com

jueves, 22 de octubre de 2009

Esta es la segunda contribución de Orlando al blog. Les recomiendo la lean en la noche; apaguen la luz (si no se ha ido), y coloquen una vela prendida cerca para darle un toque macabro al ambiente. Disfrútenlo.


Macabra Conversación

Orlando Lárez

La familia Fermín vivía en su quinta desde mediados del setenta, cuando el señor Fermín llega a ser viceministro de agricultura y cría, quince años antes de morir. Allí se había criado Raulito su hijo, quien ahora tenía 36 años, pero aún seguía soltero acompañando a su mama en la vivienda, junto con la eterna mujer de servicio que prácticamente se había criado con la familia. Lucila, que así se llamaba, había sido traída desde Carúpano, cuando apenas contaba 8 años, ahora con 32, era una rolliza hembra, hacendosa y de permanente buen humor Oriental.

Cuando la familia ocupó el inmueble, la zona estaba prácticamente sola, y con el paso de los años se fueron construyendo nuevas viviendas, hasta tocarle el turno a la parcela aledaña a la ellos; allí se mudaron los Sordeiros, a una casa imponente, una extraña familia compuesta por dos niños, el señor de la casa un hombre retaco y serio, y la frágil señora Ibima, mas blanca que el papel y con cara de estar eternamente mareada. Había otra persona, Gestilia, el ama de llaves y servicio, taciturna y melancólica, de huidizos ojos que cuando podían ser vistos, revelaban una misteriosa fuerza que asustaba.

El contraste en el humor de las dos familias era enorme; por una parte los Sordeiros, tristes, taciturnos, y por otra los Fermín, tranquilazos, reilones, parecía que Lucila hubiera logrado meterles la jodedera natural de los Carupaneros, en los guisos y sancochos que con frecuencia les preparaba. Así que mientras en la vieja casa se oían risas y conversaciones picantes, en el nuevo inmueble, solo la brisa murmuraba, y parecía que nada pasaba, o si algo sucedía, era bajo tierra…. quizás en un lóbrego sótano.

Un sábado 16 de diciembre, luego de haberse cobrado la quincena, un grupo de amigos estaba de visita con los Fermín, y Lucila había encontrado por allá en un viejo baúl, un libro que enseñaba el lenguaje gesticular de los mudos; la Lucila empezó sus bromas con Raulito presentándole el dedo del medio hacia arriba y el índice hacia abajo, etc., mientras los demás participaban haciendo otros gestos de doble sentido, provocándo bulliciosas risas.

Sorpresivamente la cháchara fue cortada, pero cortada en un sentido literal, pareciendo que un enorme cuchillo que nadie vio pero el que todos sintieron, hubiese separado a Raúl y a Lucila de un lado, y al resto del grupo al otro lado, congelando las risas en una atmosfera de miedo… Como con un imán fueron atraídas las miradas hacia la pared que dividía las casas, Lucila precisó el objetivo utilizando la mano derecha como alero, y allí estaba Gestilia, o una visión fugaz que se le pareció… La nota fiestera se corto, y los amigos se marcharon.

El lunes siguiente Lucila regaba las matas, y le pareció oír voces al otro lado de la pared, e instintitivamente hizo algunos ruidos buscando entablar conversación con quien estuviere y quizás comentar lo sucedido el sábado, pero el intento de charla debió compensarlo con cantos de fulia y malagueña, porque realmente no había nadie.

Definitivamente los Sorderios eran gente poco sociable, o quizás náufragos sociales, y no habiendo tópicos o actividades que ligaran a Raúl con este señor o la Sra. Fermín con la esposa, el contacto era ninguno, o casi ninguno, si, casi, porque sin embargo había una acción diaria que se venia cumpliendo desde el domingo 17, y era que Gestilia, cada mañana espolvoreaba hacia el jardín contiguo, extraños pero gratos aromas que la brisa matinal en tácita complicidad con las misteriosa mujer, arrastraba hacia la abierta cocina donde trabajaba y cantaba la robusta Lucila.

Diecinueve días pasaron desde la noche de la fiesta, y esta mañana, el desayuno no estuvo acompañado de los cantos y chistes de Lucila; su ronquera era total y su garganta no lograba emitir ningún sonido. En la tarde, presa de gran desazón y decaimiento salió Lucila al jardín, lamentándose mentalmente de su mal, preocupada por su total afonía que ni el ron con miel, ni el Vick Vaporub habían logrado eliminar, y al levantar la vista hacia la pared, pudo ver a Gestilia que le sonreía y entre señas y gestos propios del lenguaje de los mudos, le pedía que se acercara… La mujer obedeció sorprendida, porque no solamente entendía los gestos, sino porque también estaba recibiendo mensajes telepáticos, cosas que la mujer le hacía saber y que le iban haciendo perder las energías, para dejarse arrastrar sin voluntad…, saltó la pared y fue hacia la casa de los Sorderios, juntas pasaron a la cocina y adentro Lucila vio con el horror dibujado en su rostro, pero incapaz de decir o hacer nada, como la misteriosa mujer sacaba un cuchillo de una de las gavetas para introducirlo directamente a su boca y cortar desde su nacimiento, su lengua… La impresión fue brutal y se desmayó

No fue hasta las 8 de la noche ese día, cuando Raúl salió al patio y vio el cuerpo; se acercó, y notó que la mujer respiraba con dificultad; como pudo la introdujo en la casa y poco a poco con agua fría y valeriana la hizo volver en si, ella intentó hablar y solo un gruñido salió de su garganta, presa de gran agitación buscó su lengua palpándosela con los dedos, sin embargo, nunca más oyó su voz, y con su voz se fue su alegría, y luego parte de su cordura. Gestilia desapareció y nadie supo dar razón de ella.

Hoy, diez años después, muda y triste en una esquina de Carúpano, donde pide limosnas y dormita, la andrajosa Lucila cada cierto tiempo mira al cielo y hace señas, como preguntándole a Dios por su lengua.


Esto lo escribió Coromoto en sus “Avatares”. Es hermoso.


Prisioneros de papel

Coromoto Briceño

“Los siete besos que ungiste en mis labios, quedaron impregnados absolviendo mi cuerpo que pecaba en sus andanzas y se abalanzaba en los puertos oculto de mi indulgencia”.

Lorna leía con atención la dedicatoria que el autor le había escrito en la primera página del libro que consiguió revisando en la biblioteca de la casa de sus padres, se sentó a hojearlo, su virtud de predecir los acontecimientos la convencía de que volvería a ver al hombre que desapareció porque quería olvidar los rastros que le dejó el intento de amar. Cada página contaba la historia, se sumergió en las líneas que le iban recordando todos los episodios de una relación sentimental colmada de una invencible inquietud, hubo capítulos en los que sonrió sin percatarse de la suspicacia de aquel sujeto que estuvo tan cerca, aunque para algunos el olvido llega a paso de ráfaga; sus continuos estornudos impedían por largo rato la lectura amena, con sus manos sutiles acariciaba las hojas amarillas que contenía la obra titulada “Armadura sin destino”, contaba con dos ediciones.

Un ruido en los alrededores de la casa distrajo su atención, titubeó en continuar leyendo, en primer plano creyó que eran los cuatro perros siberianos que merodeaban a menudo por los jardines, pero la curiosidad tentó a la mujer, quien con paso ligero se acercó a los ventanales de la biblioteca, movió con cautela los cortinajes de blanco ostra, de inmediato se adhirió a la pared cuando descubrió una figura husmeando cerca, su corazón latió sin precisión, contuvo la exhalación antes de salir corriendo a buscar un revólver que guardaba su padre debajo de una estantería, sacudiendo sus cabellos ralos, salió hacia el jardín decidida a enfrentar a quienquiera que estuviera escudriñando dentro de su propiedad, silbó a los perros para que salieran pero no encontró respuesta, de todos modos comenzó a revisar los lugares sin tener éxito en su búsqueda, esperó algunos minutos, los perros estaban echados debajo de un árbol gigante, la divisaron sin hacerle mayor caso, resolvió entrar a la casa, llevaba el revólver en sus manos, se sentó a mirar el resto de los libros, enseguida sintió una mano sobre su espalda, no giró enseguida, se mantuvo serena.

-Has perdido tu instinto-  le dijo una voz ronca que se encontraba de pie justo detrás de ella, de inmediato reconoció esas palabras, se levantó y enfrentó la mirada,  -más allá del susto que acabas de proporcionarme no has perdido tu incesante demencia-  le respondió tragando con dificultad.
-A ver querida, tu ausencia me ha irritado mucho estos años- le manifestó aquel galán cuya estatura le embebía de virilidad.
-Predije que algún día vendrías, pero supuse que sería hace ya tiempo atrás-.
-¿Quieres decir que he llegado tarde?- dijo con voz luctuosa.
-A veces la vida nos gana, querido- afirmó la dama caminando con gestos delicados y excelsos.
-Entonces he de apresurarme antes de que vuelva a dejarme el destino-.

Lorna observó con detenimiento el lugar, olía a cierta fragancia que le embadurnaba la nariz, los estornudos se intensificaban, se levanto y colocó el libro sobre una mesa que se tambaleaba, pues tenía todos los años en el mismo lugar y jamás se había limpiado. Transcurrieron varios minutos hasta que decidió acostarse sobre el mueble que estaba ubicado justo detrás del escritorio, cerró los ojos y dejó que Morfeo afilara sus brazos y la tomara, prolongaría su imaginación de todas las historias que los libros referían, hartos de tanto polvo.

La foto es de http://www.olvidatuequipaje.blospot.com/
Cuadro de Sandra Batoni "Mujer leyendo nota"

domingo, 18 de octubre de 2009


Esta entrada la escribió mi hija María Laura. Al leerla pónganle acento mejicano para que la disfruten mejor.



La Teoría de las Moscas

María Laura Lárez

Desafortunadamente como mucho fuera de casa, y digo desafortunadamente, porque a pesar de que me ahorro la cocinada, gracias a la comedera tengo lo que en Venezuela llamamos una lipita de “padre y señor nuestro”, me da acidez con cierta frecuencia, y estoy bastante segura de que en algunos años voy a tener el colesterol alto como mis abuelas.

Pero no vengo a escribir de mis problemas de peso y salud, o de la flojera que me da cocinar, sino más bien de una teoría, “La teoría de las moscas”. Un chaparrito una vez me dijo que lo mejor que le enseñó su profesor de química fue dicha teoría, que dice así: “allí donde vieres moscas, seguramente comeréis bien”. En esta frase, entiéndase por moscas, a personas. Si ves muchas moscas de las de verdad verdaíta, y si comieres allí, lo que seguramente encontraréis, sería una indigestión.

Creo que muchas personas, independientemente de que la teoría les haya sido expresada en voz alta o no, inconscientemente la utilizan para decidir dónde comer. Yo particularmente desde que me la dijeron, la aplico con bastante frecuencia en lugares donde nunca he comido y no sé si va a ser o no buena la comida. Sin embargo, de mi amplia experiencia comiendo en todo tipo de lugares, concluyo que hay que ser muy cauteloso al aplicar la teoría, ya que hay al menos, tres situaciones que nos pueden conducir a la aplicación errónea de la misma.

1. Es probable encontrar bastante gente en un lugar donde la comida resulta comestible pero muy barata y podemos comer más y más sin pegarle mucho al bolsillo. En estos sitios probablemente no vamos a comer bien porque la comida será alta en carbohidratos y grasas, y esto, por cierto, es la causa de mi desgracia.

2. Si no son horas de comida, no vas a conseguir mucha gente en los restaurantes y a lo mejor la comida es buena; y eso, para los indecisos como yo, puede complicar mucho las cosas.

3. Estás en un lugar turístico, y eso significa que todo el mundo está en la misma situación que tú, buscando dónde comer. Y ahora, ¿dónde diantres como?

Recuerdos de la infancia

Los recuerdos de la infancia llegan a la memoria como flashes, con saltos espasmódicos que luego no sabes si los viviste o son meras especulaciones de tu subconsciente. Se alternan entre la realidad y la fantasía. Ahora no sé si mis dos dientes partidos de abajo fueron producto de la caída que me di cuando me separé violentamente de las manos de mi abuela Pilar cuando tenía yo 4 ó 5 años y fui a golpear sin estrépito la orilla de la acera; o vinieron con los golpes que recibí, con mucho estrépito, al chocar el Volkswagen de José Angel, con Nelson de compañía, contra un poste en lo que hoy es la avenida intercomunal entre Barcelona y Puerto La Cruz.

Me viene a la memoria la emoción que sentí cuando, no mucho tiempo después del accidente con la acera, logré bailar, como un trompo de verdad, un fruto de maya enrollado a un guaral que había lanzado al piso de tierra de la casa en donde no hacía mucho tiempo nos habíamos instalado. Corrí entusiasmado a contárselo a mi mamá y quise repetir la hazaña, sin ningún éxito, a pesar de los muchos intentos. En esa misma casa, estando yo aún pequeño recibí el primer corrientazo de mi vida. Estaban remodelando y queriendo ayudar me decidí por despegar, jalándolo hacia mí con fuerza, el primer tomacorriente, de esos superficiales, que encontré en mi camino. Fue una experiencia impresionante. Me quedé pegado al accesorio. Temblaba como un poseso. Creo que perdí el sentido. No me viene a la mente quien me ayudó a salir de ésa.

Me paseo por mi infancia. Los recuerdos se agolpan, se amontonan. Es como una lluvia que alterna su fuerza al caer: chubasco intenso, casi salvaje y estremecedor y garúa suave, relajante. Me veo corriendo por la sabana con una rama de cují sin hojas en la mano, sin camisa, bañado en sudor, jadeante, tirando ramazos al enjambre de mariposas amarillas que brotan por montones del bosque. No hay ningún triunfo en matarlas. Es solo un juego. O estoy con uno de mis hermanos, en cuclillas, a la orilla del río, desplumando un pajarito que después de tirarle muchas piedras hemos logrado cazar para “el almuerzo”. El fuego arde y mi hermano prepara una varita para ensartar la caza, ponerle un poco de la sal que hemos traído, y asarlo. Que agradable. Otro día más de las largas vacaciones “en el campo”. A unos dos kilómetros de la casa paterna. Sin nada que temer. No habrá televisor que encender al regreso, ni reproches por haber estado perdidos todo el día. ¡Ahh, que agradable!
La foto es de Mongabay.com


lunes, 5 de octubre de 2009

Mi hermano Orlando ha escrito muchos cuentos buenos y me había prometido que me enviaría algo para el Blog en cuanto tuviera una buena inspiración. Ésta llegó. Y de qué manera. !No tiene pérdida!

Una fiesta de disfraces

Orlando Lárez

Recientemente me comentaba mi amigo Fernando el éxito que había tenido en su presentación como bolerista en la Fiesta de la Candelaria en Parapara en Choroní, en cuyo concierto la gente aplaudió con vehemencia y pidió su vuelta al escenario para interpretar nuevas canciones y bises y bises.

Me refirió además la admiración que despertó en un peluquero gay que lo asedió con solicitudes de autógrafo y hasta intento de besos y canciones que provocaron su partida inmediata hacia Maracay ante un confuso sentimiento homosexual nunca antes sentido.

La conversación nos llevó a una de confidencias, en las que yo recordé un pasado, carnavales en Oriente, en un famoso club donde el disfrute se daba intensamente los sábados, domingos, lunes, martes y Octavita con rumba, disfraz y espumosas. La orden era empatarse y disfrutar; abundaron las bailarinas negritas de piernas gruesas o finas, con nalgas provocativas bajo licras negras ceñidas intensamente a su piel; soldados, supermanes, etc.

Con una de esas negras me fajé yo bailando el bacozó de Billo, “te vas pero yo sé que vas a volver”, Víctor Piñero o cual guerra de esas guarachas locas de Emilita Dago; comenzando en cuanto abren el club y saliendo entre besos y amapuches cuando a las 4:00 am, con la misma hoja de la puerta con la que empujan al ultimo borracho fuera del recinto, a esas horas la regula el ultimo borracho fuera del recinto. A esa hora la negrita lucía como la cenicienta para volver la siguiente noche cuando mi corazón latía desenfrenadamente ante el inicio de otra noche loca.

Llego el martes y se dio el ultimo baile, finalizó el carnaval y todo mi ser quedó guindando a la espera de la Octavita, en cuya fiesta no se me negaría nada y conocería además la identidad de mi amada.

Llegó el sábado, y yo como perro enamorado husmeaba, brincaba desesperado ante esa hora crucial del encuentro. A las 8:00 allí estaba ella, su peluca, blusa ligera pegada que detallaba su fuerte busto y en su entrepierna un pequeño bulto, donde siempre me dijo que guardaba billetes dobladitos para la ocasión. No pensé nada y al arrancar una guaracha de Orlando y su Combo mi cuerpo arrancó pegado a ese disfraz de negra que me enloquecía.

A las 12:30 sonó el mosaico Nº 3 de la Billos y en el bolero mi cuerpo se estrujó fuertemente con el de ella formando un solo filo sin arista cuyo único atisbo de separación eran los billeticos enrollados; entró la guaracha final “-cuando suena el paran pan pan, pin, pon pan-”, mi cintura se deshacía y mi vector sexual chocaba sin control con los billeticos con la violencia con la que choca un martillo con un clavo.

Se termina la canción, sujeté fuertemente a la negra por un brazo y me la llevé fuera del local en busca de un zaguán deshabitado, un patio vacío o cualquier lugar que me permitiera coronar en el acto final el platónico amor de una semana, y allí estaba la calle oscura y la pared que nos protegería. Rápidamente introduje mi mano en su licra para eliminar el fajito de billetes que era lo que me separaba del placer, y al hacerlo solo encontré una fría, larga y flaca cola de lagarto enrollada. Retiré mi mano, desfallecí, y en ese corto lapso de tiempo la negra dio tres zancadas y salió de la penumbra que nos protegía. Recostado a la pared para no caerme y temblando de la frustración que me embargaba oí a lo lejos cuando dijo: “a que no me conoces

Nota: La foto es de "El Blog de Los Melódicos".

jueves, 1 de octubre de 2009








Esta entrada la escribió Rosa, mi esposa, para Hilda Leonor, para decirle "Feliz Cumpleaños Hija Adorada".



¡Es una Niña!

Un primer dolor, una primera contracción, un primer alumbramiento. ¡Susto, emoción, alegría! Ella no sabía definir lo que sentía. Él no estaba; estaba, sin embargo, cerca del aparato, esperando la llamada. El estaba lejos, muy lejos. Por tierras que tú ahora transitas como adulta. Era el 2 de octubre de 1973. Las 6:45 de la tarde.

¡Qué alegría! Todos nos alegramos de recibir una niña en la familia. Todos la disfrutamos y mimamos. Siempre preguntan por ti. “Saludos para Hilda Leonor”, que así se llama ella. “La Bendición para Hildita”. “¿Cuándo viene Hilda Leonor?”. “Dios la Bendiga”. Y ella allá, desde lejos, queriéndonos a todos.

“Es una niña, Cielo” le dijo, cuando el ring lo sorprendió desde lo lejos.


(Las fotos pueden verse en detalle haciendo click sobre el collage).

domingo, 27 de septiembre de 2009


El Cumpleaño de Nelly

Esto me lo envió mi hermano Nelson a propósito del cumpleaño de su hija Nelly. Como se desprende del contenido, lo escribió días antes de la fiesta. Se los transcribo tal cual. Disfrútenlo.

El 26 de Septiembre, cumple año mi hija Nelly Ángela que nació en este mismo día pero en el año 1976, (6 PM), su hermana mayor Aura Susana, su esposo René, Dorys y Larry, y otros allegados a la familia le organizaron una sorpresa. René la va a sacar a comer en la tarde y mientras tanto los organizadores toman la casa.


A mi me asignaron escribirle un poema que debo decirlo a través de un micrófono escondido en la habitación contigua. Por muchos dias no logre inspiración y estaba muy preocupado. Anoche desperté extrañamente a las 3 a.m. y lo primero que se me ocurrió fue ponerme a escribirle a mi hija querida lo encomendado. Esto fue lo que escribí, espero le guste:



El romance de la vida
nos llena en nuestro desvelo
nos ama, nos da consuelo
y alegría de vivir
es en este devenir…
que no eres la de ayer
eres toda una mujer
y eres niña todavía

He recorrido la vida
para llegar hasta aquí
he transitado el camino
que el destino me ha depuesto…
y he colocado en un cesto
tu alegría de vivir

hoy caminas los lugares
que transitas cada año,
quiero sentir en mis manos
lo dulce de tu presencia…
es tu mami recompensa
que hizo el mejor encargo

Contágiame tu energía
haz de tu vida una estrella
que seas la luna más bella
de equinoccio y alegría
vive por hoy cada día
con alma y con pensamiento
y estaré soplando al viento
feliz año hija mía…

hija mía que he venido
de esta fase a visitarte…
solo tengo que mirarte para decirte… te quiero.

miércoles, 23 de septiembre de 2009


Otrora el Neverí era un río caudaloso

Para llegar a sus márgenes caminábamos desde mi casa unos doscientos metros que en cincuenta años se volvieron, digamos, ciento ochenta, porque su cauce se redujo, presionado por la modernidad y el menor aporte de agua en su nacimiento. Recuerdo que había que atravesar un bosque, de arbustos y hierbajos, herido por la planta humana que lo recorría muchas veces al día para hacer uso de la preciosa, aunque siempre oscura agua que la gravedad conducía al cercano mar. Era el lavandero, la piscina con trampolín, el baño al aire libre, el sitio para ensayar aventuras que la imaginación infantil de la época hacía por momentos realidad.

Pasar al otro lado era tarea fácil en tiempos de sequía. En época de lluvias su caudal se volvía agresivo e incordial y había que tener buenas habilidades de nadador para no pasar un buen susto, o la vergüenza extrema de volver derrotado al punto de partida. El mayor trofeo era regresar con una caja completa de “Canada Dry”, un refresco parecido al Chinotto, pero menos dulce y más chispeante, que embotellaban, enfrente de nuestra orilla, del otro lado.

Yo siempre fui mal nadador, y asmático, y por mi baja estatura y mis maltrechos pulmones, atravesarlo era una tarea impensable. Traer una caja de “Canada”, demás está decirlo, era un sueño imposible. Por lo general me conformaba con llegar hasta el medio y regresar agonizante, tanteando con los pies el fondo barroso de la orilla, sin ver el momento de dejar de dar brazadas desesperadas. Pasaba el susto pero nadie se burlaba de mí, las burlas eran para los que podían pero no lo lograban.

Un día el grupo me animó. Era sequía y la corriente lenta invitaba. “Iremos juntos y te ayudaremos” dijeron. Acepté sin mucho ánimo, y partimos. Llegué al medio cansado, pero seguí, entusiasmado de lograr la hazaña. A tres cuartos de la orilla comencé seriamente a flaquear, brazos y piernas no me respondían y el miedo me invadió. El grupo parecía haberse olvidado de mí y vi aterrado que el último me aventajaba unos diez metros. ¡Horror! Voy a ahogarme, pensé. Pero uno se acordó de mí. Regresó y me condujo pacientemente a la llegada.

El regreso fue más penoso, pero menos aterrador, que la venida. Tenía que caminar una media hora, o más, no sé. El puente se veía lejano y el camino abrupto, pero con mi estatura y mis pulmones, la tarea era sencilla.

jueves, 17 de septiembre de 2009

Pura rutina

Aquél parecía un día como cualquier otro, pero no era.
Hilda y yo comenzamos con la misma rutina que emprendíamos tres días de la semana. Coloqué la silla de ruedas en el baúl del carro, Hilda se acomodó con sus muletas en el asiento trasero y tomamos la Avenida Sharon rumbo al Community College. A las nueve tenía clases de Negocios Internacionales. Tomé por la Elizabeth Avenue y estacioné, con las luces de advertencia encendidas, frente al Sloan Morgan. Saqué la silla de ruedas del baúl y llevé a Hilda hasta el salón donde recibiría la clase. Habían llegado pocos estudiantes. La ayudé a instalarse en la mesa de trabajo y acomodé la silla de ruedas en el pasillo hasta que terminara la clase. Regresé al carro y me fui al estacionamiento más cercano. Pura rutina.

A las 10 regresé al edificio y realizamos la misma operación, pero a la inversa. Montarse Hilda en la silla de ruedas para trasladarnos al Van Every donde tendría su clase de Leyes en Economía. El procedimiento en este caso era un poco más largo. Nos movimos con la silla de ruedas por una larga rampa hasta el ascensor el cual utilizamos para llegar al tercer piso en donde se daba la clase. Rutina: ayudarla a acomodarse en su mesa de trabajo, dejar la silla de ruedas en el pasillo y vagabundear por el campus buscando algo en que matar el tiempo hasta el fin de la clase.

Cerca de 10 minutos después de andar por ahí oí el fuerte ruido de la sirena. No era rutina. Algo estaba pasando en el Van Every. Caminé lo más rápido que pude hacia allí y vi la gente descendiendo por las escaleras, en orden pero apresurada. Había orden de no usar los ascensores y de pronto me encontré subiendo las escaleras contra el río de gente que bajaba. Como pude me dirigí al salón donde estaba Hilda y la vi, en la silla de ruedas, rodeada de sus atribulados compañeros de clase. La sirena seguía sonando. Todos se sintieron aliviados al verme y tomaron rumbo a las escaleras para cumplir con el ensayo programado… era el simulacro periódico de una alarma de incendio. Pura rutina. Tocó ese día, sin anuncio, por supuesto.

Un empleado nos condujo fuera del edificio por el ascensor, y desde uno de mis lugares de vagabundeo vimos que el “incendio” ya había sido controlado.

martes, 15 de septiembre de 2009



Rosa y el Quilting
Rosa, mi esposa, en sus ratos libres (que son muchos) se dedica al arte del quilting. La técnica la adquirió de dos cursos que sobre el tema realizó en el 2008. Para los que no están familiarizados con este tipo de costura les copio una breve descripción que encontré en http://www.tallerdequilt.com/.

Un quilt es la unión de dos lienzos de tela con un relleno en el medio. La capa superior, o top, por ser la más visible es decorativa. La capa inferior, o backing, sirve para cerrarlo. El relleno, o batting, provee de calor o grosor. El término “quilting” se refiere a las costuras que por lo general son decorativas y que unen las tres capas. También impiden que el relleno se mueva.

Hay varios tipos de quilt, y se clasifican según el material del que están hechos, la técnica utilizada para hacerlos y decorarlos, su origen cultural o geográfico y el uso que se les da. Rosa se ha dedicado al Quilt Clásico o Patchwork, pero también trabaja el Appliqué

En el Patchwork la capa superior está hecha de elementos separados y unidos por costura. Se utiliza la tela cortada en pedazos o parches. Por lo general en formas geométricas simples: cuadrados, triángulos, rombos, rectángulos, hexágonos y círculos. Estos cortes de tela se unen entre sí para formar unidades más grandes conocidas como blocks. Los blocks se cosen entre sí hasta formar tiras, las cuales se unen para formar la capa superior terminada. Se le puede agregar al final un borde.

La palabra francesa Appliqué significa aplicado o aplicación. Este término se utiliza para describir tanto la técnica como las figuras decorativas. En un quilt, los diseños de appliqué se cortan de una o más telas y se colocan sobre la tela de fondo, que es un pedazo más grande de otra tela. Las orillas del appliqué se voltean hacia adentro con cuidado para evitar que la tela se deshilache y así son cosidas a la tela de fondo. La costura por lo general es a mano con pequeñas puntadas invisibles.

Para qué sirve un quilt

Los quilts evolucionaron de ser artículos meramente utilitarios, a ser una forma de expresión artística muy sofisticada. Mientras que antes servían principalmente para conservar el calor como ropa de cama o en la vestimenta, ahora también decoran las casas cubriendo sofás, mesas, cortinas, o cuelgan de las paredes de las casas y las galerías. Rosa se dedica a los cubrecamas y cojines.

Allí les muestro algunos de los trabajos de Rosa

jueves, 10 de septiembre de 2009


Los Avatares de Coromoto

En nuestra familia hay gente capaz de hacer cualquier cosa (buenas, por supuesto). Y entre esa gente, hay una persona muy especial que se ha dedicado a escribir poemas en prosa. No voy a lisonjearla diciendo que tiene “un estilo único, que su palabra es densa y que llega a lo más profundo del alma”. No. Ella sabe lo que ha escrito y se siente orgullosa de ello, como debemos sentirnos todos los que la conocemos y amamos. Allí les dejo una primera muestra de su arte, porque pienso seguir publicando su prosa, hasta que ella lo quiera. De su poemario “Avatares (Coromoto Briceño, Fundación Editorial el perro y la rana, 2007) les presento dos de sus escritos.

Los Caballos Ya No Vuelven

Con una sonrisa con olor a nostalgia, en la destartalada mecedora, el viejo abuelo, sentado con la mirada en sus pensamientos, presentía la cercanía de la noche, presuntuoso de que los caballos no aparecerían por los valles, el grito de su alma amaba la incertidumbre, miraba una y varias veces el reflejo del día que se queda sin brillo calmado en el tiempo.
Era la época en que los caballos buscaban su idilio, aprovechaban la luna y se alejaban de los senderos de su mundo, fuertes carcajadas se colaban por las pequeñas sombras que se formaban a lo largo de los caminos.
El viejo abuelo quería vivir esa experiencia, pero la mecedora estaba pegada a sus pies, hubo una mujer que lo cuidaba, pero ya no quería saber de su obstinada vida, de vez en cuando un vecino se acercaba con un trozo de pan y algo de leche. La casa se impregnaba del frío de los valles, ya casi se quedaba dormido, mientras que la mecedora se disolvía lentamente.
Todos los días leía las cartas de su madre, hasta que ya no sintió, su contenido lo imaginaba, lo soñaba, lo lloraba, hasta la soledad lo abandonaba, sus caballos se amarraban a otro mundo.
Miró alrededor de su indiferente y oscuro muro, sintió frío, se apretó contra su espalda, abrió su memoria y se la regaló a sus valles de nacimiento, sentía que se perdía tocando la libertad de sus pies, volviéndose en el tiempo un largo camino.

Insistir

Se me había olvidado que cuando la vida no regresa es porque ya no hay nada que sentir.
Mis mejillas claman fidelidad, nunca la han tenido pero, albergan la esperanza. Me siento a divagar y quedo cansada, pues el canto de los girasoles no se oye desde hace días, la brisa los ha dejado en penumbra, ¡qué martirio! ¡que canten de nuevo! que hablen bajo los cielos, que se escuchen hasta donde se devuelve la vida y se derrama en apariencias grises con tonos azulados.
Hoy no huele a rocío, huele a flores tristes, el día jueves se secaron porque no se escuchan los aleteos del colibrí, el polvo se adelantó y las cubrió con su osadía, me estoy cansando, porque ya no diviso el regreso, se exprimió mi fuerza. De nuevo mis mejillas albergan la esperanza pero esta vez solicitan misericordia, el día las dejó embadurnadas de suciedad, apestan en el tiempo, hablan sin cesar sin escucharse entre ellas.
En cuanto mis recuerdos se despierten los voy a molestar para que salgan a buscarme, es hora de terminar lo que ayer me perteneció, pero antes, solicitaré un permiso a la luz para que me preste su atención, comience a cantar las veces que lo requiera, y apacigüe mis mejillas que se endurecen las veces que pienso en el regreso, el que deseo se perpetúe hasta en el oeste, sin fachas que se puedan parecer a lobos queriéndome devorar, soy el presente y voy a continuar investigando, debo retornar y esta vez quedarme sin pretensiones no importa que sea lejos pero vigente.
Es tarde y se me perdió el camino.

lunes, 31 de agosto de 2009


Esos Lárez-Alén

En estos días mi hermano Nelson Lares me regaló un ejemplar de la novela ganadora del Rómulo Gallegos de este año. Su título es “El País de la Canela”, su autor, el colombiano William Ospina. Me puso una dedicatoria “Para mi hermano Clemente que me ha enseñado tanto de libros”. Anoche comencé a leerlo. Después les cuento.

Debe llamarles la atención que el “Lárez” de Nelson es con “ese” y sin acento. Y no hay error en ello; así aparece en la cédula de identidad. Todos sabemos que esa es una historia muy común en nuestro sistema de registros y cedulación. Cuando mi mamá llevó a Nelson a sacar la cédula por primera vez, a la transcriptora le pareció que la “z” del apellido de mi papá era una “s”, y Nelson se quedó de por vida con su letra.

Pero si revisamos los apellidos de los Lárez Alén, las cosas se vuelven más complicadas: José Angel y yo somos Lárez-Alén. Nelson (como ya dije) es Lares-Alén; y Orlando, Octavio y Argenis (que todo el mundo lo conoce como Efraín) son Lárez-Allen). Tremendo enredo.

En la familia hay otras singularidades. A mi hermano Octavio le dicen “El Mocho”, porque le falta la primera falange del dedo anular de la mano derecha. Ocurrió cuando mi papá, sin darse cuenta de que Octavio andaba por allí, cerró la compuerta de la caja de su camión volteo, y ¡juazz! le aprisionó la mano al muchacho. Lo curioso es que a quien esto escribe, cinco o seis años antes que a Octavio, le ocurrió el mismo accidente en semejantes circunstancias, y perdí la primera falange del dedo anular… de la mano izquierda.

Otra: El hijo mayor de uno de mis hermanos, recién nacido, lo cambiaron por otro niño, en el momento de salir su madre de alta del hospital. Una semana después las madres se dieron cuenta del error e intercambiaron muchachos. A ese mismo niño, cuando tenía cerca de 7 años, por error le diagnosticaron epilepsia, y le prescribieron un tratamiento con fenobarbital, que quien sabe que consecuencias hubiera tenido. Felizmente, una segunda opinión remendó el entuerto. Fusilando a Oscar Yánez: “Así son las cosas”.

sábado, 29 de agosto de 2009


Hamlet interrumpido

Después de mucho darle vueltas me decidí a leer una versión de Hamlet, de Planeta, publicada en 2003. Leí la introducción del traductor (José María Valverde), y me arranqué con el Acto Primero (escena primera), que comienza en la página 5 del citado volumen. En esta primera escena, los soldados del rey (la acción transcurre en Dinamarca), están realizando el cambio de guardia y están preocupados porque en esa zona del castillo se ha aparecido el espectro (léase fantasma) del anterior Rey recién fallecido. De repente oyen ruidos y ante ellos se presenta la imagen fantasmal del difunto. Horacio, uno de los guardias, es conminado por sus amigos a hablarle al Rey, y aquél en un arranque de valor increpa a éste, de esta guisa: ¿Quién eres tú, que usurpas a esta hora de la noche, junto con esa figura hermosa y valiente… No pude seguir leyendo la frase. De la página 6 el texto saltó a la 39, ¡al libro le faltan 33 páginas! Las busqué por todo el volumen, y nada. Y pregunto: ¿quién de los que esto lee tiene una traducción de Hamlet que pueda hacerme llegar, al menos, el texto perdido? En el comienzo de la página 39 se lee: …mismo, señor, seríais tan viejo como yo si pudierais caminar para atrás como un cangrejo.
Mentiras y Olores

Es extraño que la mentira no fuera incluida entre los pecados capitales. Pudo tal vez estar entre los Diez Mandamientos, pero por alguna razón el Creador consideró conveniente dejar a los “Diez” flexibles, por si acaso. Solo hay que meterse en sitios como éste (Ficha del libro "Mentiras fundamentales de la Iglesia católica" (Pepe Rodríguez). para darse cuenta que eso de las mentiras, para algunos, es una cosa bien pelúa. Por eso prohibir la mentira es muy arriesgado. Uno nunca sabe cuando va a necesitar de ella. Dicen que con mentiras se han salvado muchas vidas. Pero por ellas muchas más se han perdido.

Quiénes son los más renombrados mentirosos (después de los escritores de ficción, por supuesto): los políticos. Y son ellos, quienes en nombre de la paz, con sus mentiras, han desatado las más insólitas guerras que bastantes vidas han costado a la humanidad. Sino pregúntenle a G. W. Bush los motivos de su guerra con Irak.

En lo personal, la mentira está en mi lista de las cinco cosas que realmente odio: las otras cuatro son: las carpetas tamaño oficio, las alcabalas, las peinillas y las armas de fuego de cualquier tipo.

Por último, algo que no es mentira y que una vez me refirió Orlando Lárez. Ello es, los tres olores más agradables al hombre moderno; los cuales son: un pelo de mujer recién lavado, una sábana limpia y… el olor de un carro nuevo.