lunes, 5 de octubre de 2009

Mi hermano Orlando ha escrito muchos cuentos buenos y me había prometido que me enviaría algo para el Blog en cuanto tuviera una buena inspiración. Ésta llegó. Y de qué manera. !No tiene pérdida!

Una fiesta de disfraces

Orlando Lárez

Recientemente me comentaba mi amigo Fernando el éxito que había tenido en su presentación como bolerista en la Fiesta de la Candelaria en Parapara en Choroní, en cuyo concierto la gente aplaudió con vehemencia y pidió su vuelta al escenario para interpretar nuevas canciones y bises y bises.

Me refirió además la admiración que despertó en un peluquero gay que lo asedió con solicitudes de autógrafo y hasta intento de besos y canciones que provocaron su partida inmediata hacia Maracay ante un confuso sentimiento homosexual nunca antes sentido.

La conversación nos llevó a una de confidencias, en las que yo recordé un pasado, carnavales en Oriente, en un famoso club donde el disfrute se daba intensamente los sábados, domingos, lunes, martes y Octavita con rumba, disfraz y espumosas. La orden era empatarse y disfrutar; abundaron las bailarinas negritas de piernas gruesas o finas, con nalgas provocativas bajo licras negras ceñidas intensamente a su piel; soldados, supermanes, etc.

Con una de esas negras me fajé yo bailando el bacozó de Billo, “te vas pero yo sé que vas a volver”, Víctor Piñero o cual guerra de esas guarachas locas de Emilita Dago; comenzando en cuanto abren el club y saliendo entre besos y amapuches cuando a las 4:00 am, con la misma hoja de la puerta con la que empujan al ultimo borracho fuera del recinto, a esas horas la regula el ultimo borracho fuera del recinto. A esa hora la negrita lucía como la cenicienta para volver la siguiente noche cuando mi corazón latía desenfrenadamente ante el inicio de otra noche loca.

Llego el martes y se dio el ultimo baile, finalizó el carnaval y todo mi ser quedó guindando a la espera de la Octavita, en cuya fiesta no se me negaría nada y conocería además la identidad de mi amada.

Llegó el sábado, y yo como perro enamorado husmeaba, brincaba desesperado ante esa hora crucial del encuentro. A las 8:00 allí estaba ella, su peluca, blusa ligera pegada que detallaba su fuerte busto y en su entrepierna un pequeño bulto, donde siempre me dijo que guardaba billetes dobladitos para la ocasión. No pensé nada y al arrancar una guaracha de Orlando y su Combo mi cuerpo arrancó pegado a ese disfraz de negra que me enloquecía.

A las 12:30 sonó el mosaico Nº 3 de la Billos y en el bolero mi cuerpo se estrujó fuertemente con el de ella formando un solo filo sin arista cuyo único atisbo de separación eran los billeticos enrollados; entró la guaracha final “-cuando suena el paran pan pan, pin, pon pan-”, mi cintura se deshacía y mi vector sexual chocaba sin control con los billeticos con la violencia con la que choca un martillo con un clavo.

Se termina la canción, sujeté fuertemente a la negra por un brazo y me la llevé fuera del local en busca de un zaguán deshabitado, un patio vacío o cualquier lugar que me permitiera coronar en el acto final el platónico amor de una semana, y allí estaba la calle oscura y la pared que nos protegería. Rápidamente introduje mi mano en su licra para eliminar el fajito de billetes que era lo que me separaba del placer, y al hacerlo solo encontré una fría, larga y flaca cola de lagarto enrollada. Retiré mi mano, desfallecí, y en ese corto lapso de tiempo la negra dio tres zancadas y salió de la penumbra que nos protegía. Recostado a la pared para no caerme y temblando de la frustración que me embargaba oí a lo lejos cuando dijo: “a que no me conoces

Nota: La foto es de "El Blog de Los Melódicos".

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