jueves, 22 de octubre de 2009

Esta es la segunda contribución de Orlando al blog. Les recomiendo la lean en la noche; apaguen la luz (si no se ha ido), y coloquen una vela prendida cerca para darle un toque macabro al ambiente. Disfrútenlo.


Macabra Conversación

Orlando Lárez

La familia Fermín vivía en su quinta desde mediados del setenta, cuando el señor Fermín llega a ser viceministro de agricultura y cría, quince años antes de morir. Allí se había criado Raulito su hijo, quien ahora tenía 36 años, pero aún seguía soltero acompañando a su mama en la vivienda, junto con la eterna mujer de servicio que prácticamente se había criado con la familia. Lucila, que así se llamaba, había sido traída desde Carúpano, cuando apenas contaba 8 años, ahora con 32, era una rolliza hembra, hacendosa y de permanente buen humor Oriental.

Cuando la familia ocupó el inmueble, la zona estaba prácticamente sola, y con el paso de los años se fueron construyendo nuevas viviendas, hasta tocarle el turno a la parcela aledaña a la ellos; allí se mudaron los Sordeiros, a una casa imponente, una extraña familia compuesta por dos niños, el señor de la casa un hombre retaco y serio, y la frágil señora Ibima, mas blanca que el papel y con cara de estar eternamente mareada. Había otra persona, Gestilia, el ama de llaves y servicio, taciturna y melancólica, de huidizos ojos que cuando podían ser vistos, revelaban una misteriosa fuerza que asustaba.

El contraste en el humor de las dos familias era enorme; por una parte los Sordeiros, tristes, taciturnos, y por otra los Fermín, tranquilazos, reilones, parecía que Lucila hubiera logrado meterles la jodedera natural de los Carupaneros, en los guisos y sancochos que con frecuencia les preparaba. Así que mientras en la vieja casa se oían risas y conversaciones picantes, en el nuevo inmueble, solo la brisa murmuraba, y parecía que nada pasaba, o si algo sucedía, era bajo tierra…. quizás en un lóbrego sótano.

Un sábado 16 de diciembre, luego de haberse cobrado la quincena, un grupo de amigos estaba de visita con los Fermín, y Lucila había encontrado por allá en un viejo baúl, un libro que enseñaba el lenguaje gesticular de los mudos; la Lucila empezó sus bromas con Raulito presentándole el dedo del medio hacia arriba y el índice hacia abajo, etc., mientras los demás participaban haciendo otros gestos de doble sentido, provocándo bulliciosas risas.

Sorpresivamente la cháchara fue cortada, pero cortada en un sentido literal, pareciendo que un enorme cuchillo que nadie vio pero el que todos sintieron, hubiese separado a Raúl y a Lucila de un lado, y al resto del grupo al otro lado, congelando las risas en una atmosfera de miedo… Como con un imán fueron atraídas las miradas hacia la pared que dividía las casas, Lucila precisó el objetivo utilizando la mano derecha como alero, y allí estaba Gestilia, o una visión fugaz que se le pareció… La nota fiestera se corto, y los amigos se marcharon.

El lunes siguiente Lucila regaba las matas, y le pareció oír voces al otro lado de la pared, e instintitivamente hizo algunos ruidos buscando entablar conversación con quien estuviere y quizás comentar lo sucedido el sábado, pero el intento de charla debió compensarlo con cantos de fulia y malagueña, porque realmente no había nadie.

Definitivamente los Sorderios eran gente poco sociable, o quizás náufragos sociales, y no habiendo tópicos o actividades que ligaran a Raúl con este señor o la Sra. Fermín con la esposa, el contacto era ninguno, o casi ninguno, si, casi, porque sin embargo había una acción diaria que se venia cumpliendo desde el domingo 17, y era que Gestilia, cada mañana espolvoreaba hacia el jardín contiguo, extraños pero gratos aromas que la brisa matinal en tácita complicidad con las misteriosa mujer, arrastraba hacia la abierta cocina donde trabajaba y cantaba la robusta Lucila.

Diecinueve días pasaron desde la noche de la fiesta, y esta mañana, el desayuno no estuvo acompañado de los cantos y chistes de Lucila; su ronquera era total y su garganta no lograba emitir ningún sonido. En la tarde, presa de gran desazón y decaimiento salió Lucila al jardín, lamentándose mentalmente de su mal, preocupada por su total afonía que ni el ron con miel, ni el Vick Vaporub habían logrado eliminar, y al levantar la vista hacia la pared, pudo ver a Gestilia que le sonreía y entre señas y gestos propios del lenguaje de los mudos, le pedía que se acercara… La mujer obedeció sorprendida, porque no solamente entendía los gestos, sino porque también estaba recibiendo mensajes telepáticos, cosas que la mujer le hacía saber y que le iban haciendo perder las energías, para dejarse arrastrar sin voluntad…, saltó la pared y fue hacia la casa de los Sorderios, juntas pasaron a la cocina y adentro Lucila vio con el horror dibujado en su rostro, pero incapaz de decir o hacer nada, como la misteriosa mujer sacaba un cuchillo de una de las gavetas para introducirlo directamente a su boca y cortar desde su nacimiento, su lengua… La impresión fue brutal y se desmayó

No fue hasta las 8 de la noche ese día, cuando Raúl salió al patio y vio el cuerpo; se acercó, y notó que la mujer respiraba con dificultad; como pudo la introdujo en la casa y poco a poco con agua fría y valeriana la hizo volver en si, ella intentó hablar y solo un gruñido salió de su garganta, presa de gran agitación buscó su lengua palpándosela con los dedos, sin embargo, nunca más oyó su voz, y con su voz se fue su alegría, y luego parte de su cordura. Gestilia desapareció y nadie supo dar razón de ella.

Hoy, diez años después, muda y triste en una esquina de Carúpano, donde pide limosnas y dormita, la andrajosa Lucila cada cierto tiempo mira al cielo y hace señas, como preguntándole a Dios por su lengua.

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