sábado, 7 de noviembre de 2009


Historias dentro de historias

Una de las cosas más admirables en un narrador, es su capacidad de intercalar historias dentro de otra historia, adecuándolas de manera precisa a la narración principal. A veces son cuentos, remembranzas autobiográficas o simples curiosidades. Quienes hayan leído el Don Quijote de Cervantes recordarán las múltiples historias cortas, anécdotas, etc. que este clásico autor va poniendo ora en boca de Don Quijote, ora en la de Sancho Panza, que adornan con mucha gracia su larga novela. En este caso, por lo general, estas historias cortas tienen un mensaje, una moraleja, cuyo valor ha perdurado en el tiempo por múltiples generaciones.

Viene esto a cuento porque ahorita estoy releyendo una novela de Edgar Allan Poe, un libro muy viejo que tenía guardado en mi biblioteca y que me recuerda el libro que Lorna estaba hojeando en el cuento de Coromoto (ver “Prisioneros de Papel”). El libro en cuestión, cuyo título es “Las Aventuras de Arthur Gordon Pym” (Sarpe, 1984), relata las peripecias, alegrías y sufrimientos de un marino que se embarca en un largo periplo por los mares del Sur en uno de esos veleros de la época, y describe las observaciones que hace el viajero de las maravillas de la naturaleza que encuentra en sus recorridos. Una de esas descripciones que más me llamó la atención relata aspectos de la vida de los albatros y los pingüinos. Me pareció tan interesante que decidí compartirla con Uds. Es un poco largo. Espero no les aburra y les guste tanto como a mí.

“El albatros es una de las más grandes y voraces aves de los mares del Sur. Pertenece a la especie de las gaviotas y caza su presa al vuelo sin posarse nunca en la tierra más que para ocuparse de las crías. Entre estas aves y el pingüino existe la amistad más singular. Sus nidos están construidos con gran uniformidad conforme a un plan concertado entre las dos especies: el del albatros se halla colocado en el centro de un pequeño cuadro formado por los nidos de cuatro pingüinos. Los navegantes han convenido en llamar al conjunto de tales campamentos rookery.

Cuando llega la época de la incubación, estas aves se reúnen en gran número y durante varios días parecen deliberar acerca del rumbo más apropiado que deben seguir. Por último, se lanzan a la acción. Eligen un trozo de terreno llano, de extensión conveniente, que suele comprender tres o cuatro acres, y situado lo más cerca posible del mar aunque siempre fuera de su alcance. Escogen el sitio en relación con la lisura de la superficie, y prefieren el que está menos cubierto de piedras. Una vez resuelta esta cuestión, las aves se dedican, de común acuerdo y como movidas por una sola voluntad, a realizar, con exactitud matemática, un cuadrado o cualquier otro paralelogramo, como mejor requiera la naturaleza del terreno, de un tamaño suficiente para acoger cómodamente a todas las aves congregadas, y ninguna más, pareciendo sobre este particular que se resuelven a impedir la entrada a futuros vagabundos que no han participado en el trabajo del campamento. Uno de los lados del lugar así señalado corre paralelo a la orilla del agua, y queda abierto para la entrada o la salida.

Después de haber trazado los límites del rookery, la colonia comienza a limpiarla de toda clase de desechos, recogiendo piedra a piedra, y echándolas fuera de los lindes, pero muy cerca de ellas, de modo que forman un muro sobre los tres lados que dan a tierra. Junto a este muro, por el interior, se forma una avenida perfectamente llana y lisa, de dos a dos metros y medio de anchura, que se extiende alrededor del campamento, sirviendo así de paseo general.

La operación siguiente consiste en dividir toda el área en pequeñas parcelas de un tamaño exactamente igual. Para ello hacen sendas estrechas, muy lisas, que se cruzan en ángulos rectos por toda la extensión de la rookery. En cada intersección de estas sendas se construye el nido de un albatros, y en el centro de cada cuadrado, el nido de un pingüino, de modo que cada pingüino está rodeado de cuatro albatros, y cada albatros, de un número igual de pingüinos. El nido del pingüino consiste en un agujero abierto en la tierra, poco profundo, solo lo suficientemente hondo para impedir que ruede el único huevo que pone la hembra. El del albatros es menos sencillo en su disposición, erigiendo un pequeño montículo de unos veinticinco centímetros de altura y cincuenta de diámetro. Este montículo lo hace con tierra, algas y conchas. En lo alto construye su nido.

Las aves ponen un cuidado especial en no dejar nunca los nidos desocupados ni un instante durante el periodo de incubación, e incluso hasta que la progenie es suficientemente fuerte para valerse por sí misma. Mientras el macho está ausente en el mar, en busca de alimento, la hembra se queda cumpliendo con su deber, y solo al regreso de su compañero se aventura a salir. Los huevos no dejan nunca de ser incubados; es indispensable a causa de la tendencia a la rapacidad que prevalece en los rookery, pues sus habitantes no tienen escrúpulo alguno en robarse los huevos unos a otros en cuanto tienen la ocasión.

Aunque existen algunas rookeries en las que el pingüino y el albatros constituyen la única población, sin embargo en la mayoría de ellas se encuentra una gran variedad de aves oceánicas, que gozan de todos los privilegios del ciudadano, esparciendo sus nidos acá o allá, en cualquier parte que puedan encontrar sitio, pero sin dañar jamás los puestos de las especies mayores. El aspecto de tales campamentos, cuando se ven a distancia, es sumamente singular. Toda la atmósfera exactamente encima de la colonia se haya oscurecida por una multitud de albatros (mezclados con especies más pequeñas) que se ciernen continuamente sobre ella, ya sea cuando van al océano o cuando regresan al nido. Al mismo tiempo se observa una multitud de pingüinos, unos paseando arriba o abajo por las estrechas calles, y otros caminando con ese contoneo militar que les es característico, a lo largo del paseo general que rodea a la rookery. En resumen, de cualquier modo que se considere, no hay nada más asombroso que el espíritu de reflexión evidenciado por esos seres emplumados, y seguramente no hay nada mejor calculado para suscitar la meditación en toda inteligencia humana ponderada.”

La foto es de Jérome Haison de www.nationalgeographic.com

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