jueves, 10 de septiembre de 2009


Los Avatares de Coromoto

En nuestra familia hay gente capaz de hacer cualquier cosa (buenas, por supuesto). Y entre esa gente, hay una persona muy especial que se ha dedicado a escribir poemas en prosa. No voy a lisonjearla diciendo que tiene “un estilo único, que su palabra es densa y que llega a lo más profundo del alma”. No. Ella sabe lo que ha escrito y se siente orgullosa de ello, como debemos sentirnos todos los que la conocemos y amamos. Allí les dejo una primera muestra de su arte, porque pienso seguir publicando su prosa, hasta que ella lo quiera. De su poemario “Avatares (Coromoto Briceño, Fundación Editorial el perro y la rana, 2007) les presento dos de sus escritos.

Los Caballos Ya No Vuelven

Con una sonrisa con olor a nostalgia, en la destartalada mecedora, el viejo abuelo, sentado con la mirada en sus pensamientos, presentía la cercanía de la noche, presuntuoso de que los caballos no aparecerían por los valles, el grito de su alma amaba la incertidumbre, miraba una y varias veces el reflejo del día que se queda sin brillo calmado en el tiempo.
Era la época en que los caballos buscaban su idilio, aprovechaban la luna y se alejaban de los senderos de su mundo, fuertes carcajadas se colaban por las pequeñas sombras que se formaban a lo largo de los caminos.
El viejo abuelo quería vivir esa experiencia, pero la mecedora estaba pegada a sus pies, hubo una mujer que lo cuidaba, pero ya no quería saber de su obstinada vida, de vez en cuando un vecino se acercaba con un trozo de pan y algo de leche. La casa se impregnaba del frío de los valles, ya casi se quedaba dormido, mientras que la mecedora se disolvía lentamente.
Todos los días leía las cartas de su madre, hasta que ya no sintió, su contenido lo imaginaba, lo soñaba, lo lloraba, hasta la soledad lo abandonaba, sus caballos se amarraban a otro mundo.
Miró alrededor de su indiferente y oscuro muro, sintió frío, se apretó contra su espalda, abrió su memoria y se la regaló a sus valles de nacimiento, sentía que se perdía tocando la libertad de sus pies, volviéndose en el tiempo un largo camino.

Insistir

Se me había olvidado que cuando la vida no regresa es porque ya no hay nada que sentir.
Mis mejillas claman fidelidad, nunca la han tenido pero, albergan la esperanza. Me siento a divagar y quedo cansada, pues el canto de los girasoles no se oye desde hace días, la brisa los ha dejado en penumbra, ¡qué martirio! ¡que canten de nuevo! que hablen bajo los cielos, que se escuchen hasta donde se devuelve la vida y se derrama en apariencias grises con tonos azulados.
Hoy no huele a rocío, huele a flores tristes, el día jueves se secaron porque no se escuchan los aleteos del colibrí, el polvo se adelantó y las cubrió con su osadía, me estoy cansando, porque ya no diviso el regreso, se exprimió mi fuerza. De nuevo mis mejillas albergan la esperanza pero esta vez solicitan misericordia, el día las dejó embadurnadas de suciedad, apestan en el tiempo, hablan sin cesar sin escucharse entre ellas.
En cuanto mis recuerdos se despierten los voy a molestar para que salgan a buscarme, es hora de terminar lo que ayer me perteneció, pero antes, solicitaré un permiso a la luz para que me preste su atención, comience a cantar las veces que lo requiera, y apacigüe mis mejillas que se endurecen las veces que pienso en el regreso, el que deseo se perpetúe hasta en el oeste, sin fachas que se puedan parecer a lobos queriéndome devorar, soy el presente y voy a continuar investigando, debo retornar y esta vez quedarme sin pretensiones no importa que sea lejos pero vigente.
Es tarde y se me perdió el camino.

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