jueves, 7 de enero de 2010


Ir y venir al aeropuerto


Comienzo con el lugar común “diciembre es estresante”; y de tanto repetirlo se vuelve verdad. En Maturín comenzó con largas y repetidas lluvias: todos los días, mañana, mediodía, tarde y noche. Lluvia, lluvia, lluvia… Después hallacas, pernil, pan de jamón, fiestas, regalos… interminable. Afortunadamente a partir del 20 (más o menos) dejó de llover. Después llegaron mis hijas y mi yerno.

El primer avión llegó el 25/12. Su preciosa carga me recordó a la luna de Teotihuacán preñada. Su luz hermosa iluminó la puerta de salida. Y fue un choque de emociones: las que traía la que llegaba y las que llevábamos los que la esperábamos. Fusión de corazones rebosantes de emociones contenidas.

El segundo llegó el 29. Venía del frío invernal del norte, este año más severo que nunca. Cuando la que esperábamos pisó tierra, el Mississippi se fundió con el Orinoco y su calor de trópico templó las aguas del gigante norteño. Fue un abrazo multitudinario: ya éramos ocho; no poca cosa si hace tres meses éramos solo seis.

El 31 llegó el tercero. Tuvimos que levantar la vista para verlo. Parecía un Popocatépetl adolescente. Cuando vio a su luna, su sonrisa mostró el esplendor del rey sol teotihuacano y los dos iluminaron el Valle de los Dioses en que se convirtió el Terminal. La familia creció en número y altura. Ya somos nueve, y más altos: física y orgullosamente.

Llegó la tristeza del regreso. Sin lágrimas, más bien alegre. Hoy todo está tan cerca…

Nota: La foto la tomó María Livia; redundo: por eso no aparece en ella.

1 comentario: